Goya defendería la clientela, no la mercancia

Escribió Julio Camba una divertida anécdota sobre la clientela y los camareros de los restaurantes de Madrid. El viajado periodista entra con varios amigos a un restaurante. Pregunta al camarero si el producto es fresco. Uno de los amigos le contesta: el camarero tiene que defender su mercancía. A lo que Camba pregunta si no debería defender este la clientela. Termina el relato aconsejando (con ironía) que la puerta de los restaurantes exhiban una placa que en letras de oro diga: <<El cliente no tiene razón nunca.>>
Goya, algo más de un siglo antes, dio muestras de entender lo que Camba narraría. ¿Qué otro pintor ha sido capaz de contentar a sus clientes, y al mismo tiempo, defender su negocio de pintor veraz, lejos de trucos artísticos y aduladores? Pero Goya no desarrolló la maestría para defender la clientela en un día.
Se cuenta esta historia sobre el primer gran proyecto, el retrato en 1783 del conde de Floridablanca. Un Goya cuarentañero se retrata diez centímetros más bajo que el aristócrata y mano derecha de Carlos III. Un gesto de idolatría y reverencia hacia el poder.
Más de quince años después, con una carrera profesional asentada como pintor de Corte, Goya cambia el gesto. Pinta la familia de Carlos IV majestuosa y, a la vez, como la triste caricatura de un mundo que (tras la revolución francesa) ya no existe. Compartiendo espacio, el pintor está mirándoles desde arriba abajo. ¡Una vez más lo ha conseguido!: diciendo las cosas como son, lo que conlleva mostrar que la mercancía no es la mejor (la reina María Luisa era fea y sale fea), mantiene la confianza de su parroquia, de sus clientes (España cambió de gobierno varias veces y él siguió en su puesto de pintor del rey).
Lamentablemente en nuestra época son muchos los negocios empresariales que hacen como el mal camarero, o como el Goya novato: defienden su mercancía. Cual jóvenes pintores siguen ofreciendo a sus clientes floridablancas al peso, sea una necesidad real o no. Da lo mismo. El cliente no tiene razón nunca…
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