Cuento del innovador visionario

Foto: vía @mj_alonso
Foto: vía @mj_alonso

Esta es la historia:

M es ingeniero, y tiene una habilidad especial para el desarrollo de productos que pueden cambiar la historia, a través de Internet. Su producto G rompe con las reglas del mercado de manera sorprendente, porque es capaz de arrancar un ¡guau! de los clientes y los usuarios por igual.

M y G son los nuevos héroes de los negocios. Todo el mundo admira a M, que se convierte en alguien muy “cool”.

Los focos más relevantes de los negocios y la inversión prodigan a M con todo tipo de atenciones. Así G se ha colocado en la cabeza de la lista de negocios más calientes (e invertibles).

En poco tiempo, además, aparecen en todo el mundo miles de réplicas.

En términos de mercado, el producto es un bombazo. Para los inversores la cosa está hecha: G debe salir a bolsa. La duda que más preocupa es que se apague la mecha; después de todo, G, el producto, ha tenido muy poco recorrido. Por tanto, nadie sabe lo que puede pasar con el mercado.

Tras unos meses en bolsa, lo que sale a la luz es un detalle nada favorecedor: G consume recursos (en forma de costes) de forma intensiva, que no tienen efecto inmediato (a corto plazo) en acelerar la curva de beneficios.

M encara este contratiempo y sigue adelante. Apaga los fuegos que el inmaduro desarrollo de procesos causa, por un lado; y por el otro, redobla su esfuerzo en mejores herramientas para ir más rápidos.

Los inversores cada vez se muestran más impacientes.

M, sabedor que su punto fuerte son los productos, empieza a desarrollar nuevas propuestas, nuevas plataformas tecnológicas con las que espera ampliar el mercado.

Pero G sigue siendo el buque insignia. Hacia allí se dirigen los focos de los inversores cada trimestre, para hacer caja.

Al día siguiente, M escribe una elocuente carta a sus empleados. Dice: “He decidido que me gustaría pasar más tiempo con mi familia. Bromeaba. Fui despedido hoy. Si os preguntáis porqué… es que no habéis estado prestando atención”.

 

A través de los años, este cuento ha incorporado algunos finales alternativos:

En el primero de ellos, M, el innovador visionario, desarrolla con éxito otros proyectos en campos diferentes a la empresa que fundó. Pero el tiempo termina dándole la razón, demostrando que se equivocaron al echarle. Pasados los años le piden volver. Esta historia la protagonizó Steve Jobs en Apple.

El final número dos prescinde de la carta de despido. En su lugar, la empresa decide separar el papel de fundador e inventor del de gestor que debe hacer dinero. Pero el fundador cobra relevancia de nuevo cuando con el proyecto original, ya en su madurez, la empresa debe impulsar con fuerza la innovación de productos y servicios. Sergei Brin, como fundador, y Schmidt, como CEO, son los protagonistas de esta historia en Google.

Inspirado en el estupendo artículo de The Verge, “Greed is Groupon: Can anyone save the company from itself”, y la carta de despedida de Andrew Mason, cofundador de Groupon.

Gracias también a Inma Martínez, Partner at Opus Corp Fin LLP, por aportar el ejemplo de Google durante una charla informal en Twitter…

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