Oro parece pero innovación no es
La palabra innovación está “gastada”. Demasiada demagogia (políticos, ejecutivos y empresarios) y un sin fin de proyectos vacíos han malgastado el impulso renovador de la crisis.
Hoy en día, pareciera que innovar fuera tan simple como estrenar una camisa nueva: paso uno, te levantas un buen día; y paso dos, ya eres un innovador.
La forma en la que muchos emprendedores de Internet y startups han utilizado herramientas ágiles basadas en salir de la oficina y preguntar al cliente ha hecho de la innovación algo incluso más atractivo.
Pero da igual que la empresa realice la innovación a nivel de los procesos, el producto o el modelo de negocio. Es independiente de que el estímulo para innovar sea la tecnología, el cliente o la competencia. La innovación significa trabajar y crear resultados con una mentalidad concreta y diferente: hay que sacar la cabeza por encima del bosque, como las jirafas, para pensar sin la restricción que imponen el mercado o la cartera de clientes actuales.
Hay momentos en que la historia incluso puede dar a esa innovación un papel protagonista excepcional: la innovación disruptiva. Ocurre cuando otras empresas, en principio sin relación directa con las que he llamado jirafas, reciben un fuerte empujón que las hace emerger del bosque. Es el caso de Internet, las pantallas de la gama de productos móviles de Apple, la web 2.0 y tantas otras.
Aunque no hay que olvidar las falsas apariencias. Así muchas empresas llaman innovación a lo que son únicamente mejoras a un producto. Algunas pequeñas novedades que lanzan cada año.
Otras, a tener simplemente “un buen producto”.
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