El desafío de Miguel Angel
Leyendo la biografía novelada de Miguel Angel (magníficamente escrita por Irvin Stone) estoy disfrutando con las “batallas” que enfrentaban a dos florentinos, dotados con un talento excepcional, como eran Miguel Angel y Da Vinci. El premio era convertirse en el creador (de arte) más reconocido por el pueblo.
Después de trabajar en la creación de nuevos conceptos o en la búsqueda de nuevas formas de las que sacar imponentes esculturas, Miguel Angel siempre iba sucio. El polvo del mármol le hacía parecer un obrero más que un artista.
Da Vinci, por el contrario, trabajaba de una forma radicalmente diferente, que le permitía estar siempre visible y limpio. Desechaba el arte de la escultura, porque la pintura era más fácil. También podía abandonarla para retomarla después. Mientras, ideaba nuevos ingenios mecánicos, como bombas de succión para cambiar el curso del río o inventaba un nuevo telescopio para observar las estrellas.
En su biografía (que saldrá próximamente), Steve Jobs reconoce no considerarse así mismo un creador de cosas. Sin embargo, la palabra que más se usa para definirle es la de inventor, además de visionario.
A diferencia de Da Vinci, la fuerza innovadora de Apple no está en las creaciones de su fundador. Tampoco es esta la única piedra angular de la innovación en otras compañías fuera del mundo tecnológico, por ejemplo en Procter & Gamble.
La razón es que hay una forma notable de innovar que es descubrir innovaciones –utilizo aquí la palabra con el sentido de creación. Por ejemplo, las que se cubren de polvo en los estantes de los laboratorios de i+d, en lugares repartidos por el mundo. Tenemos varios casos: las tecnologías de interfaces gráficas con las que se topó Jobs en Xerox; o las fórmulas de prospección tecnológica que utilizó la compañía Procter & Gamble para mejorar productos, como el popular limpiador Don Limpio.
Casi ninguno de los inventos que diseño Da Vinci en papel se llevaron a cabo. Su construcción era casi imposible en aquella época. Pero el aspecto más importante es que su utilidad no había sido muy bien pensada. Vamos, que sus diseños tenían todas las papeletas para no perdurar en el tiempo.
Para su eterno competidor, Miguel Angel: “Un verdadero artista es aquél que crea de nuevo el arte en el que trabaja”.
Algo que es aplicable a los nuevos genios visionarios que han llevado sus ideas revolucionarias a la empresa. A finales del siglo XIX, lo hizo el Sr. Kodak, cuando se empeño en simplificar el arte que tenía entre sus manos –la fotografía– y lanzó el primer reclamo de masas en forma de slogan:
“apriete el botón y nosotros hacemos el resto”.
A principios del siglo XXI, Jobs le ha tomado el relevo. Con un producto global ha transformado varios mundos, el de la música, el del móvil o las tabletas.
Pero el reto de Miguel Angel tiene un corolario fundamental:
cuando otro cree otro arte, el tuyo quedará relegado.
Seguro que algo similar deberá estar pensando la empresa Kodak. Recordemos que gracias a sus patentes funcionan las cámaras de los teléfonos móviles.
Pero ya es algo tarde. Porque los buitres de la bancarrota sobrevuelan su cabeza.
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